Existen fechas del calendario cívico nacional en las que, por tradición, el espíritu patriótico del pueblo debería aflorar con más intensidad y reafirmarse el orgullo por la patria que nos vio nacer y en la cual vivimos.
Una de esas fechas es el Día de la Bandera instituido el 24 de febrero de 1940 por el entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río, que se celebra con ceremonias en las que el lábaro tricolor debe de ser el centro de nuestra atención y respeto, ya que simboliza a la patria, es decir, el territorio nacional, nuestra cultura, las libertades y los ideales; incluso nos recuerda a los héroes que dieron su vida por defenderla.
Sin embargo, en los últimos años se advierte cierta apatía, desinterés o falta de seriedad de niños y jóvenes cuando están presentes ante la bandera nacional en actos cívicos.
En varias escuelas y eventos cívicos donde se rinden honores a la bandera es común observar a niños o jóvenes conversando, sin saludar al pabellón tricolor, ni entonar el himno nacional o guardar la posición de firmes mientras se presta juramento de fidelidad al lábaro patrio.
Si la política es sucia y los políticos son corruptos, la situación empeora cada día más: la gente deja de querer a su patria, pierde la fe en ella y sus instituciones, y por ende, deja de tenerle respeto a los símbolos patrios.
La situación es más preocupante cuando los maestros tampoco asumen una actitud de respeto o no les llaman la atención a los alumnos, él respeto se deriva del amor que surge en la familia hacia lo que nos da identidad: la bandera, el escudo, el himno nacional, etc. Desgraciadamente, así como se habla de una pérdida de valores morales también hay una pérdida de valores cívicos.
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